lunes, junio 8

Verborragia.

Hoy es el día de turno.
Le tocó a las palabras. Así como otros días le toca a mi cuaderno de dibujo, o a la pobre guitarra -aunque de pobre no se merece nada! Pobre mi oído musical, eso sí-.

Será que se despertó mi espíritu aventurero, y me pide navegar en un mar de incertidumbre y emoción como es el mar de los escritores, que jamás esta calmo, y golpea con furia contra los barrancos de la imaginación, susurrando en cada ola historias únicas.
Tal vez sea arrogante de mi parte decir que puedo navegar en el mar de los escritores. Probablemente por eso naufrague pronto, y repetidas veces. Pero la corriente, a pesar de golpearme contra las rocas, siempre me lleva a alguna costa, y es ahí donde puedo empezar de nuevo.
Como sea que llegué aquí ya no me acuerdo, pero hoy les voy a contar una historia, para hacer gala de mi arrogancia, y ver por lo menos, a qué costa llegaré después.

El mentiroso:

Como él mismo cuenta siempre, empezó a contar historias a los 7 años. Desde entonces que el dice haber vivido muchísimas aventuras. Algunas heroicas, otras fantásticas, tristes, felices, con monstruos y amistades de esas que perduran para siempre.
Tengo recuerdos de yo con 6 o 7 años, sentada en el banquito de siempre, y él ahí, contando su fiera batalla contra los gigantes del océano, la increíble historia de cómo cruzó un bravo río en una balsa improvisada y cuando llegó a la costa fue raptado por indios caníbales, o aquella vez que escapo de un gorila gracias a unas lianas -obviamente, atando a la bestia en una palmera-, o cuando conoció a la última tripulación de piratas del mundo.
Cada día en una esquina, a la sombra de un arbolito se sentaba en un banco de plaza, y pasaba el día contándole alguna historia al afortunado que tuviera la oportunidad de sentarse a su lado.
Siempre sorprendía a más de uno debido a la aparente veracidad de sus relatos. La manera de contar cuentos que tenía era infalible, podía tranquilamente hacer lagrimear hasta al más duro de los hombres, y emocionar hasta a la más fría de las señoritas.
Un día, apareció un desconocido que se sentó a charlar con él. Después de intercambiar unas palabras, el mentiroso proclamó -"es probable que éste sea mi último cuento. Me estoy jugando la vida en esta historia,"- y contó la que sería, tal vez, la más dura de todas las historias que contaría nunca, contó su vida, tal como había sido. Sin fantasías, sin gigantes, sin gorilas.
Terminó su cuento, y se fue.
El hombre desconocido se quedó sentado un largo rato. Todo lo que esperaba era otra mentira.
Durante los días siguientes, el banco de siempre se mantuvo vacío.
Supe entonces, que el mentiroso había contado la verdad, se había jugado la vida y había perdido por contar la más peligrosa de las historias, la historia real.

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